La
Edad Media se va a caracterizar, dada la desmembración de la península en territorios
ocupados por árabes y varios reinos cristianos, por una continua situación de
enfrentamientos y guerras, por lo que no existirá una política unitaria de
comunicaciones. En la mayoría de los casos tan sólo se realizarán actuaciones a
nivel local, destinadas a la reconstrucción y reparación de las construcciones
ya existentes. Estas obras eran generalmente costeadas con impuestos sobre la
sal o carne, o bien financiadas por el posterior cobro del portazgo. Su
titularidad corresponderá a nobles o a reyes y, normalmente su ejecución
correrá a cargo de maestros de obras con experiencia, pero carentes de
conocimientos técnicos.
La
Iglesia intervendrá con frecuencia en la construcción de puentes, ya que va a
fomentar el acondicionamiento y mejora de los caminos para las peregrinaciones,
como es el caso del Camino de Santiago, donde bajo la dirección de órdenes
religiosas o personas vinculadas a ellas, como Santo Domingo de la Calzada y San Juan de Ortega, consiguieron aumentar su
número. También se puede mencionar como ejemplo de puente promovido por la
Iglesia el puente del Arzobispo, en la provincia de Toledo, para la visita al
Monasterio de Guadalupe.
En la construcción de puentes, la
innovación más relevante va a ser la utilización del arco ojival
(provoca menos empujes horizontales), aunque también se empleará el de medio
punto. También se hace más notable la
rasante a dos vertientes, denominándose a este perfil como de lomo de asno. Se
levantan puentes menos sólidos y más estrechos, con una terminación menos
cuidada. Los sillares serán de menores dimensiones, incluso emplearán el
sillarejo, con una distribución irregular en sus paramentos. Se hará más hincapié
en la funcionalidad que en la estética.
Sin embargo, en los puentes medievales el ancho de las pilas llega a
valores de 1/6’5 con respecto a la luz. Se consiguen luces mayores, como en el
puente de San Martín de Toledo (39 m.), el de Orense sobre el Miño (43 m.), el
del Diablo en Martorell (43 m.) y el de Monistrol de Monserrat (37 m.). En
estos casos, normalmente, la bóveda estaba formada por varios anillos de
sillería, de forma que la cimbra sólo tenía que soportar el peso de la primera
rosca, y ésta a su vez la de la segunda. Fue un método ya empleado en el puente
de Alcántara que permitía dotar a la bóveda
de un mayor espesor y ahorrar en el coste de la cimbra.
Puente de San Martín
Puente de Monistrol
A diferencia de los puentes romanos donde el arco nacía de la parte
superior del tajamar, el arranque comienza desde la base de la pila, con
hiladas horizontales hasta un ángulo aproximado de 30º, a partir del cual ya se
inicia la disposición de las dovelas.
En un principio, se copian los arquillos de aligeramiento encima de las
pilas, como es el caso del Puente de la Reina en Navarra o el de San Juan de
las Abadesas. Los tajamares se disponen tanto aguas arriba como abajo,
generalmente con forma triangular, y en algunos casos, incluso suben hasta la
rasante, para aliviar la estrechez de la calzada. En los puentes romanos sólo
se disponían los tajamares aguas arriba para disminuir la resistencia de la
pila al paso de la corriente de agua, sin embargo, en la época medieval, al
disponerlo también aguas abajo evitaban remolinos y posibles erosiones en la
parte trasera de la pila.
Puente de San Juan de
las Abadesas.
También aparecen dotados de torres, tanto para su defensa como para su
control y cobro del pontazgo, dado que se convierten en puntos estratégicos de
paso. Se puede citar como ejemplo el puente de Frías (Burgos). Incluso toman la
forma de zig-zag en su trazado en planta como es el caso del puente de Besalú en la
provincia de Gerona.
Puente de Frías
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