En el periodo
comprendido entre los siglos XV al XVII, tras la reunificación del territorio
peninsular por parte de los Reyes Católicos, existió, sobretodo al principio, una
política de mejora de las
comunicaciones consistente en nuevas realizaciones puntuales y a la conservación
de las obras ya existentes. Para ello se obligó a los pueblos al mantenimiento de los
caminos pertenecientes a sus términos municipales, recurriendo para su financiación a los
“repartimentos” , previa autorización real.
La coincidencia con el
descubrimiento de las tierras americanas y las continuas guerras en Europa desvió la atención de los posteriores monarcas de los problemas interiores peninsulares . Prácticamente sólo se llevaba a cabo el acondicionamiento de los caminos por el
gobierno central en el caso de traslado de tropas y maquinaria de guerra, y en
el de viajes o celebraciones reales, ya que normalmente se transitaba a pie o a
caballo.
En el Renacimiento, en el diseño de puentes, se regresa a los
procedimientos de construcción clásicos. Mayormente se impone la búsqueda de las
proporciones, la simetría y la armonía de las formas, antes que conseguir luces
y vanos importantes. La distribución en alzado se conseguía con un arco de
medio punto en el centro y varios laterales de dimensiones decrecientes,
formando un suave perfil en lomo de asno, con la rasante casi horizontal. Se
vuelve a la ejecución esmerada, cuidando todos los detalles.
Se adoptan los arcos de medio punto, los
rebajados (también llamados escarzanos), y además, aparecen los arcos elípticos
y de varios centros (o carpaneles) que permiten aumentar la sección de desagüe.
Se producen ciertas mejoras en los medios auxiliares como es el uso de la celosía
en andamios y cimbras, así como la
invención de máquinas para aliviar de los
trabajos más duros.
La esbeltez de las pilas y los arcos volvieron a ser análogas a las de
los puentes romanos. Siguiendo el
tratado de Alberti, se toma como espesor del arco (boquilla) 1/10 de la luz, y en ocasiones, como es el
caso de los puentes urbanos, hasta 1/15. La esbeltez de las pilas varía entre ¼
y 1/6 de la distancia libre entre apoyos.
Los tajamares cobran gran protagonismo ya que se decoran con
sombreretes gallonados, o bien se
prolongan hacia la parte superior del
tablero convirtiéndolos en auténticas torres semicilíndricas.
Se pueden citar como ejemplos de esta época el puente de Segovia en Madrid de Juan de Herrera
y el puente de San Marcos en León.
Puente de Segovia
(Madrid)
Puente de San Marcos
de León.
En Valencia se construyeron, a
extramuros de la ciudad sobre el cauce del río Turia, los puentes de la
Trinidad, del Mar, de los Serranos y del Real, bajo la supervisión de la Junta
de “Murs i Valls”. Se componen mayormente de arcos rebajados con luces comprendidas entre
los 13 a 15’50 metros.
Puente del Real
(Valencia)
Aunque no fue la tónica general, cuando fue
necesario atravesar grandes distancias y cursos de agua, se construyeron
puentes de grandes dimensiones; como es el caso del puente de Almaraz (dos
arcos de 38 y 32 metros), de Benamejí (30 m.) o de Montoro (28 m.).
Puente de Benamejí
(Córdoba)
Puente de Montoro
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