lunes, 17 de octubre de 2016

Los puentes en el siglo XVIII

En el siglo XVIII, con la llegada de la dinastía borbónica se inició un plan conjunto de reparación y rectificación de la infraestructura caminera del país, consistente en una red radial, de carácter nacional, cuyo centro era Madrid y que partían hacia Irún por Burgos, hacia Francia por Zaragoza, a Valencia, a Cádiz, a Badajoz y a La Coruña.

          Sin embargo su comienzo fue tardío debido a que se terminaba de salir de la Guerra de Sucesión. Con Fernando VI empieza la mejora de los accesos a los Reales Sitios y la carretera de Madrid a La Coruña. Ya en el reinado de Carlos III y bajo el gobierno de sus sucesivos ministros se van materializando la construcción de estos caminos, que concluirán a principios del siglo XIX.

          Pese a que se asignó un impuesto sobre la sal, con el fin de contar con una cantidad específica para la construcción y reparación de las carreteras de carácter nacional, la mayor parte de obras y conservación de  caminos todavía corría a cargo de los pueblos del término correspondiente.

         El país mejor preparado y más avanzado en la construcción de caminos y puentes era Francia. En 1716, se creó el cuerpo de ingenieros de “Ponts et Chaussées”, y en 1.747 su correspondiente escuela,  cuyo primer profesor y director fue Jean Rodolphe Perronet.

         Este ingeniero fue el que contribuyó a los mayores avances a la construcción de puentes. Perronet intuyó que los empujes horizontales ocasionados por los arcos rebajados se compensaban con los empujes de los arcos laterales, pero para esto debía colocar todo el andamiaje del puente y descimbrar todos los arcos al mismo tiempo. Esto permitía pilas más delgadas que sólo tendrían que resistir las cargas verticales, y que al mismo tiempo permitían el aumento de la sección hidráulica de desagüe, reduciendo considerablemente las perturbaciones producidas por la corriente. El aligeramiento de las pilas con un espesor de 1/10 de la luz y el rebajamiento de los arcos (relación entre la flecha y la luz) de 1/10 a 1/15 supusieron un importante ahorro de material en apoyos y tímpanos.

          En España, ajenos a los avances franceses, continúa la tradición de los arcos de medio punto y escarzanos poco rebajados, apoyados en pilas sobredimensionadas. En cuestión de materiales, además de la sillería se emplean fábricas de mampostería y ladrillo en aquellos elementos vistos, de menor exigencia estética y estructural. Los tajamares de planta ojival o semicilíndrica son de menores dimensiones. Se disponen en ambos paramentos, rematados por sombreretes gallonados, hasta la altura del arranque de los arcos.

En este periodo los puentes se caracterizan por su perfección arquitectónica, buen acabado y calidad de ejecución, cuidado de sus principales líneas, con una decoración sobria, dando una imagen de solidez y elegancia. Para el dimensionado de las diferentes partes del puente se recurre a varias fórmulas empíricas fruto de la experiencia de los constructores.

Como ejemplos se pueden citar: el puente largo de Aranjuez, compuesto por 25 bóvedas de cañón de 7’50 m de luz y cuyo autor fue Ventura Rodríguez, el puente de Castro en León con 10 bóvedas de cañón con luces comprendidas entre los 12 a 7’6 m.
Puente largo de Aranjuez

Puente de Castro (León).


También hay que destacar la tendencia de realizar agrupaciones de arcos de tres en tres, con tajamares hasta sus arranques separados por pilas más gruesas que llegan hasta el nivel de la calzada. Es el caso del puente de Alcolea en la provincia de Córdoba formado por 20 arcos con luces comprendidas entre 14 a 10 m. de luz, y del puente de Villareal sobre el Mijares  que posee 13 bóvedas de cañón de 10 m.

Puente de Villarreal



De esta época son también los puentes  del Canal Imperial de Aragón y  del Canal de Castilla.

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