lunes, 3 de octubre de 2016

Puentes Renacentistas en España

En el periodo comprendido entre los siglos XV al XVII, tras la reunificación del territorio peninsular por parte de los Reyes Católicos, existió, sobretodo al principio, una política de  mejora de las comunicaciones  consistente en nuevas realizaciones puntuales y a la conservación de las obras ya existentes. Para ello se obligó a los pueblos al mantenimiento de los caminos pertenecientes a sus términos municipales, recurriendo para su financiación a los “repartimentos” , previa autorización  real.

        La coincidencia con el descubrimiento de las tierras americanas y las continuas guerras en Europa desvió la atención de los posteriores monarcas de los problemas interiores peninsulares . Prácticamente sólo se llevaba a cabo el acondicionamiento de los caminos por el gobierno central en el caso de traslado de tropas y maquinaria de guerra, y en el de viajes o celebraciones reales, ya que normalmente se transitaba a pie o a caballo.

          En el Renacimiento, en el diseño de puentes, se regresa a los procedimientos de construcción clásicos. Mayormente se impone la búsqueda de las proporciones, la simetría y la armonía de las formas, antes que conseguir luces y vanos importantes. La distribución en alzado se conseguía con un arco de medio punto en el centro y varios laterales de dimensiones decrecientes, formando un suave perfil en lomo de asno, con la rasante casi horizontal. Se vuelve a la ejecución esmerada, cuidando todos los detalles.

          Se adoptan los arcos de medio punto, los rebajados (también llamados escarzanos), y además, aparecen los arcos elípticos y de varios centros (o carpaneles) que permiten aumentar la sección de desagüe. Se producen ciertas mejoras en los medios auxiliares como es el uso de la celosía en andamios y cimbras, así como  la invención de máquinas para aliviar  de los trabajos más duros.

          La esbeltez de las pilas y los arcos volvieron a ser análogas a las de los puentes romanos.  Siguiendo el tratado de Alberti, se toma como espesor del arco (boquilla)  1/10 de la luz, y en ocasiones, como es el caso de los puentes urbanos, hasta 1/15. La esbeltez de las pilas varía entre ¼ y 1/6 de la distancia libre entre apoyos.

          Los tajamares cobran gran protagonismo ya que se decoran con sombreretes gallonados, o bien  se prolongan  hacia la parte superior del tablero convirtiéndolos en auténticas torres semicilíndricas.

          Se pueden citar como ejemplos de esta época  el puente de Segovia en Madrid de Juan de Herrera y el puente de San Marcos en León.

Puente de Segovia (Madrid)

Puente de San Marcos de León.

          En  Valencia se construyeron, a extramuros de la ciudad sobre el cauce del río Turia, los puentes de la Trinidad, del Mar, de los Serranos y del Real, bajo la supervisión de la Junta de “Murs i Valls”. Se componen mayormente de  arcos rebajados con luces comprendidas entre los 13 a 15’50 metros.

Puente del Real (Valencia)

          Aunque no fue la tónica general, cuando fue necesario atravesar grandes distancias y cursos de agua, se construyeron puentes de grandes dimensiones; como es el caso del puente de Almaraz (dos arcos de 38 y 32 metros), de Benamejí (30 m.) o de Montoro (28 m.).

Puente de Benamejí (Córdoba)

Puente de Montoro

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